Fuente: Lina Botero – FiLBo
«Que Naciones Unidas haya situado el tiempo como una prioridad puede ser la semilla de políticas públicas más humanas, que integren salud, educación, urbanismo y trabajo desde una mirada temporal»
Diego Golombek es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires y divulgador científico argentino, especialista en cronobiología. Actualmente es profesor titular de la Universidad de San Andrés, donde dirige el Laboratorio Interdisciplinario del Tiempo, y de la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige el Laboratorio de Cronobiología. También es investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y forma parte del Laboratorio de Expertos Internacional de la Time Use Initiative (TUI) como asesor en la implementación de políticas tiempo a nivel regional.
1. ¿Qué es, para ti, el derecho al tiempo?
El derecho al tiempo es, ante todo, el derecho a existir de manera plena. No solo a estar, sino a ser, sin la constante tiranía del reloj ajeno. Es poder elegir cuándo despertar, cuándo descansar, cuándo jugar o trabajar, cuándo cuidar y ser cuidado (por supuesto, todo esto dentro de los límites que imponen obligaciones laborales y escolares). En un mundo cada vez más acelerado y colonizado por la inmediatez, el derecho al tiempo es una forma de resistencia: de marcar con nuestras propias huellas el compás de la vida.
Este derecho no es abstracto ni filosófico: es profundamente biológico y social. Nuestros cuerpos tienen un tiempo propio —los ritmos circadianos— que muchas veces chocan con los horarios impuestos por la cultura, la economía o la tecnología (y esto se puede medir con el concepto de “jetlag social”). Defender el derecho al tiempo es reconciliar esos relojes internos con las agendas colectivas, para que la vida sea más saludable y más justa.
2. Como cronobiólogo, investigas el concepto de “ciudad circadiana”. ¿Qué estrategias podrían implementar las ciudades para coordinar mejor los ritmos sociales y biológicos de sus habitantes? ¿Qué beneficios concretos podría aportar a la población?
Una ciudad circadiana es aquella que no impone su ritmo, sino que acompaña y complementa el tiempo biológico. En otras palabras, escucha el tic-tac de los cuerpos de quienes la habitan. Para lograrlo, hay estrategias tan simples como revolucionarias: horarios escolares adaptados a los ritmos de sueño de niñas, niños y adolescentes; jornadas laborales flexibles que respeten cronotipos; iluminación pública que no dañe el sueño nocturno; espacios verdes que inviten al cuerpo a moverse y sincronizarse con la luz solar. También tiene en consideración la (aparentemente) simple pregunta de “qué hora es”, que puede responderse con el sol, con el reloj pulsera o con el huso horario de cada localidad – idealmente, los tres horarios deberían coincidir. La ciudad circadiana no es ciencia ficción: es una forma de pensar el urbanismo desde la biología y el bienestar.
Los beneficios son tan concretos como medibles: mejor sueño, menos enfermedades crónicas, más productividad sostenible, menos estrés, y —algo quizás menos tangible pero más necesario— más felicidad cotidiana. Porque cuando los ritmos sociales armonizan con los biológicos, todo fluye mejor. Dormimos mejor, comemos mejor, rendimos más… pero sobre todo, vivimos mejor.
3. Recientemente, has participado en la Conferencia Mundial de Innovación de Naciones Unidas en Estambul, en la que, por primera vez, el tiempo ha sido reconocido como un tema transversal, junto al bienestar, el cuidado y la felicidad. ¿Por qué consideras que el tiempo ha adquirido este protagonismo en la agenda global y qué relevancia tiene este reconocimiento para el futuro de las sociedades?
El tiempo ha dejado de ser solo una unidad de medida para convertirse en una unidad de sentido. Y las sociedades comienzan a entenderlo. En un escenario global marcado por crisis múltiples —climática, sanitaria, económica, emocional—, la forma en que usamos, perdemos o compartimos el tiempo se ha revelado como un eje transversal del bienestar. Ya no alcanza con vivir más: queremos vivir mejor, y eso implica tener tiempo para lo que importa. El reconocimiento del tiempo en la agenda global es un síntoma de madurez social.
Que el PNUD declare al tiempo como una prioridad significa reconocer que no somos solo consumidores o productores: somos seres rítmicos, necesitados de pausas, de vínculos, de cuidados. Este cambio de paradigma puede ser la semilla de políticas públicas más humanas, que integren salud, educación, urbanismo y trabajo desde una mirada temporal. De alguna manera, el tiempo es el recurso más democrático y más frágil que tenemos.
4. ¿Qué consejo darías a una persona que quiera tener unos usos del tiempo más saludables?
Lo primero: escuchá tu cuerpo. Suena simple, pero no lo hacemos casi nunca. Nos despertamos con alarmas en vez de con luz natural, comemos apurados y dormimos mal. Tus ritmos internos —como el sueño, la vigilia, el hambre o la atención— no son caprichos o lujos, son señales necesarias para la salud. Si lográs reconocer cuándo estás más alerta, cuándo necesitás descansar, cuándo tenés hambre de comida o de compañía, ya tenés medio camino hecho hacia un uso del tiempo más sano.
Y lo segundo: defendé tus momentos. Así como defendemos derechos laborales, deberíamos defender el derecho a una siesta, a una charla sin mirar el reloj, a un paseo sin GPS. Organizar el tiempo no es llenarlo de actividades, sino encontrarle su música, su respiración. Y eso es algo profundamente personal, pero también colectivo: necesitamos una cultura del tiempo más humana, que permita que vivir no sea una carrera, sino un proceso.
5. Mirando hacia el futuro, ¿cómo será la relación entre tiempo y sociedad en 2050?
Me gusta imaginar que en 2050 habremos aprendido a convivir mejor con el tiempo, un tiempo que no será sinónimo de urgencia, sino de calidad. Espero también que las tecnologías no estarán para robarnos atención, sino para darnos tiempo: para automatizar lo que no importa y multiplicar lo que sí. Imagino políticas públicas que promuevan horarios saludables, ciudades que respeten el sueño, escuelas que entiendan los ritmos del aprendizaje. Un futuro donde el tiempo no sea un lujo, sino un derecho universal.
Pero también sé que esto no sucederá solo. Hace falta voluntad política, evidencia científica y, sobre todo, una ciudadanía que reclame otra relación con el tiempo. Porque el futuro no se predice, se construye. Y si lo construimos con los ojos puestos en los ritmos del cuerpo y del planeta, en 2050 podríamos vivir en sociedades más sostenibles, equitativas y humanas, en las que el tiempo ya no sea el enemigo, sino nuestro aliado.
6. Tiempo es… (defínelo en máximo 5 palabras)
1) Ritmo, transcurrir, pausa, derecho, vida.
2) La definición Lennon: el tiempo es lo que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas.
3) Y si me permiten escaparme de las 5 palabras, me declaro agustiniano “si me lo preguntan, no lo sé…”.